14.9.08

Papi, papi, hijo de puta, se acabó*

Volvemos ahora a los dos andróginos preedípicos, instalados en la frontera entre la biología y la cultura. Lévi-Strauss coloca en esa frontera el tabú del incesto y sostiene que la iniciación del intercambio de mujeres constituye el origen de la sociedad. En ese sentido, el tabú del incesto y el intercambio de mujeres son el contenido del contrato social original. En los individuos, la crisis edípica se produce en esa misma división, cuando el tabú del incesto inicia el intercambio del falo.

La crisis edípica se precipita por cierta información. Las criaturas descubren las diferencias entre los sexos y que tienen que ser de un género o del otro. También descubren el tabú del incesto y que hay sexualidad prohibida-la madre inaccesible tanto al niño como a la niña porque "pertenece" al padre-. Por último, descubren que los dos géneros no tienen ni los mismos "derechos" sexuales, ni los mismos futuros.

En el curso normal de los acontecimientos, el varón renuncia a su madre por miedo a que el padre lo castre, es decir se niegue a darle el falo y haga de él una niña. Pero con ese acto de renuncia el niño afirma la relación en la cual la madre es entregada al padre y que le dará una mujer si llega a ser hombre. A cambio de la afirmación del derecho del padre a su madre, el padre garantiza el falo de su hijo, no lo castra. El niño permuta a su madre por el falo, la prenda simbólica que más tarde podrá intercambiar por una mujer. Lo único que se le exige es un poco de paciencia. Conserva su organización libidinal original y el sexo del objeto original deseado. El contrato social que ha aceptado reconocerá eventualmente sus propios derechos y le dará una mujer.

Lo que sucede con la niña es más complejo. Ella, igual que el varón, descubre el tabú contra el incesto y la división de los géneros y además descubre cierta información desagradable sobre el género al que la están asignando. Para el varón, el tabú del incesto es un tabú sobre algunas mujeres. Para la niña, es un tabú sobre todas las mujeres. Como está en una posición homosexual hacia su madre, la regla de heterosexualidad dominante en el plan hace que su posición sea insostenible. La madre y, por extensión todas las mujeres, sólo pueden ser amadas con propiedad por alguien "con pene" (falo). Como la niña no tiene "falo", no tiene "derecho" a amar a su madre ni a ninguna otra mujer, puesto que ella misma está destinada a un hombre. No tiene la prenda simbólica que se puede cambiar por una mujer.

Si la formulación de Freud de este momento de la crisis edípica femenina es ambigua, la de Lampl de Groot hace explícito el contexto que confiere significado a los genitales:

Si la niña llega a la conclusión de que ese órgano es realmente indispensable para la posesión de la madre, además de la injuria narcisista común a ambos sexos, sufre otro golpe más, el sentimiento de inferioridad de sus genitales.

La niña concluye que el "pene" es indispensable para la posesión de la madre porque sólo los que poseen el falo tienen "derecho" a una mujer y a la prenda de intercambio. No llega a esa conclusión debido a una superioridad natural del pene por sí mismo o como instrumento para hacer el amor. El ordenamiento jerárquico de los genitales masculinos y femeninos es el resultado de las definiciones de la situación-la regla de la heterosexualidad obligatoria y la postergación de las mujeres (sin falo, castradas) frente a los hombres (que lo tienen)-.

La niña empieza entonces a apartarse de la madre y a volverse hacia el padre.

Para la niña (la castración) es un hecho que ha sucedido, irrevocable, pero cuyo reconocimiento la obliga finalmente a renunciar al primer objeto de su amor y a apurar hasta el fin la amargura de su pérdida [...] entonces elige al padre como objeto de su amor: el enemigo se convierte en el amado. (Lampl de Groot)

El reconocimiento de la "castración" obliga a la niña a redefinir sus relaciones consigi misma, con su madre y con el padre.

Se aparta de la madre con rabia y frustración porque no tiene un falo para darle y lo hace porque no le dio un "pene" (falo). Pero la madre, que es una mujer en una cultura fálica, a su vez no tiene el falo para dar (pues ella misma pasó la crisis edípica una generación antes). Entonces la niña se vuelve hacia el padre porque sólo él puede "darle el falo" y sólo a través de él ella puede entrar en el sistema de intercambio simbólico en que circula el falo. Pero el padre no le da el falo de la misma forma en que se lo da al varón. El falo es afirmado en el varón, el cual después tendrá que darlo. La niña nunca lo consigue: pasa por ella y en su paso se transforma en un hijo o una hija. Cuando ella "reconoce su castración", accede al lugar de una mujer en una red fálica de intercambio. Puede "conseguir" el falo-en la relación sexual o en forma de hijo o hija-pero sólo como regalo de un hombre. Nunca lo obtiene para darlo.

Cuando se vuelve hacia el padre, reprime además las partes "activas" de su líbido:

El apartarse de la madre es un paso importantísimo en el desarrollo de la niña pequeña. es más que un mero cambio de objeto [...] junto con él se observa una marcada disminución de los impulsos sexuales activos y un aumento de los pasivos [...] La transición al objeto padre se realiza con ayuda de las tendencias pasivas, en la medida en que se han salvado de la catástrofe. Ahora, el camino hacia el desarrollo de la feminidad está abierto para la niña. (Freud)

*Silvya Plath