23.6.08

Infancia [fragmento]

Su madre decide que quiere un perro. Los alsacianos son los mejores –los más inteligentes, los más fieles–, pero no en­cuentran uno en venta. Así que optan por un cachorro mi­tad dóberman, mitad algo más. El insiste en que quiere po­nerle el nombre. Le gustaría llamarlo Borzoi porque quiere que sea un perro ruso, pero ya que no es un borzoi de verdad le pone Cosaco. Nadie lo entiende. La gente cree que el nombre es Kos–sak, “bolsa de comida” en afrikaner, y les parece gracioso.

Cosaco resulta ser un perro desconcertante e indiscipli­nado, que merodea por la vecindad pisoteando jardines y persiguiendo a las gallinas. Un día el perro le sigue durante todo el trayecto hacia el colegio. Nada de lo que él haga lo aparta: cuando le grita y le tira piedras, el perro agacha las orejas, mete el rabo entre las patas y huye cabizbajo; pero tan pronto como él se monta en la bicicleta, el perro corre a grandes saltos tras él. Al final tiene que arrastrarlo por el collar hasta la casa, empujando la bicicleta con la otra mano. Llega a casa enrabiado y se niega en redondo a ir al colegio, porque se le ha hecho tarde.

Cosaco no es todavía un perro adulto cuando se come el polvo de vidrio que alguien ha puesto fuera para él. Su ma­dre le administra enemas, para que el agua haga salir los pedazos de cristal, pero es en vano. Al tercer día, como el perro continúa tumbado, jadeando, y ni siquiera tiene fuerzas para lamerle la mano, la madre lo manda a la farmacia a comprar una medicina que le han recomendado. Él va co­rriendo y vuelve corriendo, pero llega demasiado tarde. Su madre tiene aspecto cansado y distante, ni siquiera toma el bote de sus manos.

El ayuda a enterrar a Cosaco, envuelto en una manta, en la arcilla del fondo del jardín. Sobre la tumba erige una cruz en la que pintan el nombre «Cosaco». No desea tener otro perro. No si es así como han de morir.

[j.m coetzee]