28.8.08

En el pasillo hay una mujer con una jarra de agua en la mano: ¿Ha conjurado una tempestad o solamente quiere hacerse un té?*





La mujer yace desparramada, abierta al mundo, en el suelo, con alimentos viscosos esparcidos sobre ella, y es subastada por un efecto y varios efectos. Sólo su marido negocia con ella, y negocia completamente solo. Y ya cae en el amueblado vacío de la habitación. Sólo su propio cuerpo le hace justicia, y cuando lo desea puede hacerse oír y retumbar en el deporte. Como una rana, la mujer tiene que abrir las piernas hacia los lados, para que su marido pueda mirar dentro de ella lo más posible, hasta la Audiencia Provincial para Causas Penales, y examinarla. Está por entero bañada y cagada por él, tiene que levantarse, dejar caer al suelo las últimas cáscaras e ir a buscar una esponja para limpiar al hombre, ese enemigo irreconciliable de su sexo, de sí mismo y del flujo que ella ha producido. Él le mete el índice derecho bien hondo en el ano, y con los pezones colgando ella se arrodilla sobre él y limpia, el cabello en los ojos y en la boca, sudor en la frente, saliva ajena en la garganta, la blanca ballena asesina allí ante ella, hasta que la amable luz se pone, llega la noche y este animal empieza a fustigarla de nuevo con su rabo.

La mujer sale de la cubierta de sus circunstancias. Aprieta con desazón su pijama contra el cuerpo. Se palmea con las manos. Algunos de los niños que oye gritar a lo lejos acaban de salir de su bien montado grupo de baile y ritmo, que se reúne todas las semanas. Los niños son criados como hobby de esta mujer. Al fin y al cabo, tenemos suficiente sitio y amor para el niño, que debe aprender a batir palmas con ritmo. En el colegio, le será de ayuda para asentir o levantarse rítmicamente cuando sea el momento de la oración. Su hijo está entre ellos, demuestra con cada grito que cuelga sobre los otros como un dedo sucio. De cada bocadillo ha de ser el primero en morder, porque cada niño tiene un padre, y cada padre tiene que ganar dinero. Sobre sus estrechos esquíes, aterroriza a los niños pequeños en sus trineos. Es la última edición de un astro brillante, que tiene la osadía de salir nuevamente cada día, pero siempre con una vestimenta nueva. Nadie se le resiste, sólo su espalda tiene que tragar muchas muecas ocultas y desperdiciadas. Ya se ve como una formulación de su padre. La mujer no se engaña, levanta vagamente la mano hacia el hijo lejano, que ha reconocido por la voz. Él adapta a los otros niños a su medida. Los corta con palabras, como el viento al paisaje, y los convierte en mugrientas colinas.

*[jelinek; deseo]