31.3.08

s/t

Como de costumbre, ritual de recién amanecida, quedó panza arriba, abriendo los ojos, cabeza sobre la almohada, clavadando la mirada al techo. Hundiéndose en la profundidad del cielo raso y absorta en los figurines con pretensiones surrealistas de las manchas de humedad. El insistente teléfono que la llama desde hace un rato no va a lograr nunca ser atendido. Jamás por esta Ana: la tirada al suelo, la vaga, la pancha recostada, a la que le chupa todo un huevo.

Son más de las ocho del domingo. Con ese camisón roto que la deja al borde de lo desnudo, descalza y despeinada por la revolución del sueño, permanece parada en el medio de la sala, haciendo un esfuerzo de superhéroe para no volver a la cama. Descubre que dejó la puerta balcón abierta. Afuera es uno de esos días calcados de una propaganda de aerolínea: cielo azul turquesa sin nubes, una brisa liviana que hace flamear las cortinas y apenas le eriza la piel desnuda, de pollo ahora. Desde el balcón, en las alturas de la cuidad porteña ella mira hacia el Ital Park, sacandose con el índice zurdo las lagañas.

[primero lo primero]